domingo, 14 de noviembre de 2010

¡Silencio, se rueda! (Que no me quiten la i griega)

Ojalá pase algo que te borre de pronto: una
luz cegadora, un disparo de nieve, ojalá por
lo menos que me lleve la muerte, para no
verte tanto, para no verte siempre, en todos
los segundos, en todas las visiones (...).
Silvio Rodríguez



(No puedo escoger el tema del trabajo, pero sí su título. No le den más vueltas, el título es el que es, y punto).

¡Qué rabia me da no ir un paso por delante y perderme detalles que, después de una breve explicación, son obvios! Tanto es así que he vuelto a visitar la galería de Olivia Arauna donde Alfredo Jaar expone una (bueno, dos) de sus instalaciones más recientes. Lo que no ha cambiado entre mi primera y mi segunda visita es el “envoltorio”, esto es, el cubo sigue siendo un cubo, el fogonazo sigue dejándome cegata, la niña sigue igual de delgada y, por extraño que parezca, el buitre sigue ahí plantado (¿por qué no echa a volar?).

Si algo caracteriza la obra de Jaar es su marcado carácter de denuncia, en el más amplio sentido del término. Si hace unos años nos recordaba que una cosa es un país y otra muy distinta un continente completo (si me voy a Estados Unidos de viaje, me voy a América, pero sin duda prefiero ir a América que solo a Estados Unidos), con Sound of silence nos da un tirón de orejas y nos advierte del peligro de juzgar con demasiada ligereza las acciones ajenas.

No es normal que el espectador pueda participar de la obra (de hecho, en la mayoría de exposiciones, salas, museos, etc., no te puedes acercar demasiado a ellas), pero en Sound of silence es indispensable. Sin público no hay arte. ¿O sí? Recordemos esta cuestión: “Si un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie en kilómetros a la redonda, ¿hace ruido?”. En Sound of silence podría pasar lo mismo. Si el espectador no entra al cubo negro donde se proyecta el trabajo de Jaar, ¿hay obra? Evidentemente, si nadie va a verlo, se le da al off y tan contentos, mientras que en el Prado no creo que por la noche las Meninas salgan del cuadro por no haber visitas en el museo.

Sin embargo, Sound of silence tiene la capacidad de permanecer, de hacer mella, de remover conciencias, cosa que todavía creo que no ha logrado en mí las Meninas. Eso es lo grande de Jaar, que te hace pensar, reflexionar. Cuando se analiza la caza de brujas a la que se vio sometido Kevin, Kevin Carter, una se da cuenta de que su historia no es sino una más de tantas, pero actúa como revulsivo para no criminalizar actos de los que no se conoce el contexto ni las circunstancias.

Mientras Jaar siga trabajando en la línea que ha venido desarrollando hasta ahora, podremos estar seguros de que por lo menos habrá una persona que ose denunciar las incongruencias de la raza.

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