O eso creráimos, hasta que Los Simpson irrumpieron en nuestras vidas. Recuerdo que mis padres no me dejaban verlos porque decían que esos no eran dibujos para niños. Y es verdad, o a medias, al menos. Un alto porcentaje de sus diálogos y gags son de imposible comprensión por parte de los tiernos infantes (y ni qué decir de ciertos adultos).
Hasta que Los Simpson aparecieron en la televisión no había habido dibujo animado alguno que osara tratar temas tan controvertidos y difíciles de abordar como la política, la religión, la sexualidad (y la homosexualidad), la ecología, el papel de la mujer como ama de casa (o trabajadora), la inmigración, el divorcio y tantos otros. Y por eso estamos hablando de que son dibujos para adultos, no para niños (aunque esta afirmación lleva implícita la presunción de que los adultos que se sientan a ver la serie tienen un mínimo de formación política y cultural para poder entender los chistes más irreverentes, cosa harto improbable).
Tal es la repercusión social, cultural, política y religiosa que esta serie ha tenido que no son pocos los personajes, más o menos célebres, que se han paseado por las calles de Springfield. Desde presidentes de Estados Unidos a actores de Hollywood, pasando por reputados físicos y premios Nobel.
De corte liberal (aunque me río yo de lo que a los estadounidenses les parece liberal, porque Obama es un comunista de tomo y lomo para muchos de ellos), la serie no duda en criticar y parodiar tanto a demócratas como a republicanos, a católicos como a protestantes, y no tiembla a la hora de ensalzar la estulticia frente a la sapiencia y el esfuerzo personal (todavía me acuerdo del pobre "Graimito").
Es una serie con personajes llevados al extremo: ninguno de ellos es "un poco", sino "totalmente". No hay medias tintas, pues lo que busca es poner de relieve las carencias, en concreto, de la sociedad estadounidense, y en general, de cualquier familia, de cualquier barrio, de cualquier país del mundo. Nadie está exento de ser un poco Homer o un poco Lisa. Sin suda hay tramas que a nosotros, por españoles, nos resultan extrañas, lejanas, pero casi siempre podemos extraer el mensaje y aplicárnoslo sin temor a errar al compararnos con la familia amarilla.
Siguiendo la estela de este formato de humor inteligente y sutil (tanto que algunos ni siquiera saben de qué se están riendo en más de una ocasión), han aparecido otras series, también de animación, que han querido beber de la originalidad de Los Simpson pero, aunque ya muchos achacan su desgaste y falta de chispa, ninguna ha podido superar el nivel que Matt Groening supo imprimir a la serie.
Hasta que Los Simpson aparecieron en la televisión no había habido dibujo animado alguno que osara tratar temas tan controvertidos y difíciles de abordar como la política, la religión, la sexualidad (y la homosexualidad), la ecología, el papel de la mujer como ama de casa (o trabajadora), la inmigración, el divorcio y tantos otros. Y por eso estamos hablando de que son dibujos para adultos, no para niños (aunque esta afirmación lleva implícita la presunción de que los adultos que se sientan a ver la serie tienen un mínimo de formación política y cultural para poder entender los chistes más irreverentes, cosa harto improbable).
Tal es la repercusión social, cultural, política y religiosa que esta serie ha tenido que no son pocos los personajes, más o menos célebres, que se han paseado por las calles de Springfield. Desde presidentes de Estados Unidos a actores de Hollywood, pasando por reputados físicos y premios Nobel.
De corte liberal (aunque me río yo de lo que a los estadounidenses les parece liberal, porque Obama es un comunista de tomo y lomo para muchos de ellos), la serie no duda en criticar y parodiar tanto a demócratas como a republicanos, a católicos como a protestantes, y no tiembla a la hora de ensalzar la estulticia frente a la sapiencia y el esfuerzo personal (todavía me acuerdo del pobre "Graimito").
Es una serie con personajes llevados al extremo: ninguno de ellos es "un poco", sino "totalmente". No hay medias tintas, pues lo que busca es poner de relieve las carencias, en concreto, de la sociedad estadounidense, y en general, de cualquier familia, de cualquier barrio, de cualquier país del mundo. Nadie está exento de ser un poco Homer o un poco Lisa. Sin suda hay tramas que a nosotros, por españoles, nos resultan extrañas, lejanas, pero casi siempre podemos extraer el mensaje y aplicárnoslo sin temor a errar al compararnos con la familia amarilla.
Siguiendo la estela de este formato de humor inteligente y sutil (tanto que algunos ni siquiera saben de qué se están riendo en más de una ocasión), han aparecido otras series, también de animación, que han querido beber de la originalidad de Los Simpson pero, aunque ya muchos achacan su desgaste y falta de chispa, ninguna ha podido superar el nivel que Matt Groening supo imprimir a la serie.
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