Clara Martínez Álvarez
“Esta ciudad que no se borra de la mente…”, con estas palabras nos describe Calvino la ciudad soñada de Zora, pero también podría ser la Habana de Garaicoa.
El artista Carlos Garaicoa realiza una instalación-introspección en la antigua cámara frigorífica de Matadero Madrid, cuya sala hipóstila, a través del simple gesto de descalzarse, reconvierte en una mezquita que no se entiende como lugar de oración sino como un espacio privado de reflexión.
Dando continuidad a un trabajo que ya había iniciado en Nueva York en el año 2006, la bulliciosa Habana aparece en silencio a través de una serie de siete tapices que reproducen el pavimento de la ciudad y nos muestra lo que fue, lo que se puede ser y lo que no es. La arquitectura, literalmente presente en otros trabajos del artista, se ha ido volviendo invisible a lo largo de su trayectoria artística y ha alcanzado un alto grado de madurez y un lenguaje propio. Su obra surge de un trabajo interdisciplinar y colectivo que no está sujeto a ningún soporte concreto y tiene por el objeto desarrollar una búsqueda e investigación constantes sobre lo urbano, con absoluta libertad intelectual y formal.
La ciudad que nos presenta Garaicoa es simultaneamente una ciudad imposible y real, nos traslada hasta una Habana que existe pero que no vemos, una ciudad utópica e intemporal. Según palabras del propio artista, uno de los objetivos de sus trabajos es “ arrancar el secreto de la ciudad y ponerlo al descubierto” pero con esta intervención va un poco más allá e interpela y provoca al visitante que necesariamente pasa a formar parte de la instalación. Las palabras PENSAMIENTO, FESTINES DE SANGRE, LA LUCHA; las imágenes de personas que caminan, las sombras…
Garaicoa juega a alterar el significado del espacio de la sala y de los textos existentes y los dota de nuevo contenido. Logra crear un espacio mental de pensamiento individual y colectivo que nos lleva a reflexionar sobre una realidad social y política que llama a la acción.
Es en este momento, cuando al desaparecer la función publicitaria y comercial de textos y siglas presentes en el suelo, surgen las interpelaciones, consignas y los textos poéticos y, sin quererlo, comienza a desarrollarse un performance en que el visitante es protagonista involuntario y establece un diálogo privado con esta ciudad oculta, soñada y añorada.
Y surge un componente lúdico inesperado incluso por el propio artista: es inevitable que hasta incluso los niños lleguen a participar de este diálogo.
“La mirada recorre las calles como páginas escritas” y al igual que en la ciudad calviniana de Tamara, Garaicoa ha hecho hablar a la Habana.
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