miércoles, 8 de diciembre de 2010

La dudosa fiabilidad de la crítica y de los críticos

Por un lado Banksy, un artista callejero supuestamente procedente de una ciudad muy cerca de Bristol y cuya edad e identidad son desconocidas para los medios de comunicación, y por el otro lado “Los Simpsons”, conocida serie americana que satiriza la sociedad estadounidense a través de los ojos de una familia que vive en un pueblo ficticio llamado Springfield. Al ser este artista el responsable de crear una cabecera para uno de los últimos capítulos de esta serie de dibujos animados para adultos, la polémica estaba servida.

En dicha cabecera, tras el habitual comienzo en el que se suceden varias escenas de los miembros de la familia Simpson hasta que llegan todos a casa y se sientan en el sofá frente al televisor, aparece una fábrica donde personas de raza asiática (incluidos niños) y hasta animales, son gravemente explotados y obligados a trabajar a destajo en condiciones extremas para confeccionar productos de merchandising de la serie, como muñecos de Bart o camisetas con la imagen de la familia al completo.

De esta forma Banksy deja una vez más su huella en contra del capitalismo, de su forma de producir y de cómo por una mano de obra más barata, se explota a trabajadores de países asiáticos. En concreto aquí se refiere al acuerdo realizado entre Fox, la productora de la serie y una empresa coreana, para que la mercadería y las películas puedan realizarse a menor precio.

¿Pero realmente sirve de algo que se realicen este tipo de críticas? Yo creo que no. Su repercusión es tan poca, que la misma cadena emitió el episodio completo sin ningún corte ni censura y la cabecera firmada por el artista británico circula por Internet sin ninguna traba. El mismo poder al que se critica, es el que prefiere dejar hablar e incluso apadrinar críticas como esta, dando así una imagen contraria a la que Banksy en este caso nos quiere trasladar a la audiencia: una imagen de autocrítica con la que la productora, en este caso, se vuelve a ganar la simpatía de muchos espectadores.

Cabe también recalcar que este tipo de acciones, según mi parecer, carecen totalmente de valor si vienen de parte de artistas como el que nos concierne en esta crítica, quien mediante sus acciones, algunas altamente controvertidas, como su obra en el muro de Cisjordania o sus pinturas realizadas clandestinamente en los museos más importantes del mundo, pretende manifestar su oposición y su crítica negativa a los conflictos creados y respaldados por los principales órganos de poder o su desacuerdo con la comercialización del arte. Y digo que no se deben tomar en serio las acciones de esta persona en concreto cuando él es el primero que participa del sistema que supuestamente tanto desprecia, llegando incluso a ganar por alguna de sus obras 50.400 libras.

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